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Presiento que hoy puede ser un gran día. El sol brilla más que nunca. Es Marzo. El más encantágico del año. Las flores empiezan a lucir sus atuendos veraniegos. La luz empieza a trasnochar; Y mi piel va cogiendo color como agradecimiento a esos extras solares.

Me asomo al balcón para confirmar mis sospechas. El tráfico, como casi todos los días en Madrid, es mortal. Pero hoy nada va a estropear este día tan perfecto. Cogeré el tren. Rápido, seguro y económico. Además, si no hay demasiada gente podré echar una cabezadita hasta el trabajo. Con la música, y el olor a tostadas recién hechas es fácil encontrar entre los vagones una buena cuna.

Es jueves, sólo queda un día y medio para que empiece el fin de semana. Lo he planeado todo cuidadosamente, hasta el más mínimo detalle. Nada puede fallar. Sadyh y yo cogeremos mañana por la tarde un avión hacia El Cairo. Una escapada romántica. Camellos,ámides, oasis, exotismo… El lugar idóneo para pedirle a toda una arqueóloga que se case conmigo.

Sé que es la mujer de mi vida. Quiero formar una familia con ella. Despertar todos los días a su lado. Poder acariciar su cuerpo siempre y pedirle cada noche que le regale a mis sueños una de sus perfectas sonrisas. Definitivamente hoy es un día inmejorable.

Con tanta inopia había olvidado que todavía he de cumplir un horario laboral. Tendré que correr un poco hasta la estación si quiero coger el tren ¡Hace tanto que no subo al transporte público que no recuerdo las paradas! Si la memoria no me falla éste tiene parada en la estación de El Pozo, a un minuto de la oficina. Pero he de acelerar el paso que ya lo oigo llegar.

¡Madre mía, cuanto niño! No sabía que los pequeños habían aprendido a utilizar el transporte férreo para los desplazamientos cortos.

¡Cuántas cosas han cambiado desde que yo era joven! Sin darme cuenta mi vida ha pasado por delante de mí. De hecho, si todo sale bien en breve podré estar celebrando una boda. Y un poco más adelante un bautizo. Tendré un niño precioso, con los ojos de ella y ese pelo tan negro que a veces me da miedo tocar por si pierde el brillo. Seré un buen padre. Té a mi niño en brazos siempre que pueda. Y no dejaré que le pase nada nunca. Lo acé como esa madre que amamanta a su niño en el asiento de enfrente. Seremos una familia ejemplar. Creo que es un buen momento para escribir un mensaje:

Cielo, voy de camino al trabajo. Hoy voy en tren. Me siento tan minúsculo entre tanta gente que no he podido evitar echarte de menos. Si estuvieras ahora junto a mi seríamos la envidia de los adolescentes que a mi lado juegan a quererse. Eres mi vida. No sabría vivir sin ti. Buenos días, preciosa.

Dos bombas que explosionan casi simultáneamente hacen estallar el tren de cercanías segundos antes de llegar a la estación del Pozo. 67 muertos. Casi al mismo tiempo el mismo suceso se repite en la estación de Atocha, calle Téllez y la estación de Santa Eugenia. En total 10 bombas. 191 muertos. Más de dos mil afectados. La causa: Un atentado terrorista. Sólo eso se sabe con certeza. El resto de datos vendrán con retraso.

Mientras, una mujer de 28 años llamada Sadyh prepara un viaje romántico de fin de semana en la peluquería. Había pedido hora el lunes para poder ser la primera. No deseaba que su periplo se viera enturbiado por algunas puntas abiertas y ciertos conocidos que habían crecido demasiado deprisa. Con las prisas y el despiste matutino había olvidado el móvil en casa. De todas formas estaba de vacaciones y nadie debía interrumpir su paréntesis.

En el mismo instante en que David, su peluquero, se disponía, diestramente, a atacar los mechones rebeldes del pelo de Sadyh; Una de las doce bombas activadas por Al Qaeda acababa con la vida del único hombre que la amó como sólo ella podía entender.

Todo auguraba un día perfecto. No hizo falta Dios. Sólo un grupo de gente dispuesta a ser la mano del destino. Amigos, novios, padres, madres, niños, abuelos, abuelas, tíos, tías, hermanos, hermanas y mil vidas que se cruzaron para oír las últimas fallas. La última mascletà. El último estruendo de violencia gratuita.

Tal día como hoy fueron 191 las víctimas mortales, pero siguen sumando. El libro rojo del terrorismo sigue contando triunfos. Mientras, la impotencia es testigo mudo de los actos. La indignación se revuelve entre las cenizas de sus muertos y sólo queda la esperanza de la lógica racional.

Luchemos con armas de paz para que la guerra quede indefensa antes sus ataques. Que el escándalo verbal no acalle nuestro borde silencio.

«No podría vivir si ti».

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