I
Cómo comprendo a Cristo cuando dijo
que su reino no era de este mundo.
Porque este mundo nuestro,
este desapacible mundo en que vivimos,
viene siendo un horror desde el principio.
Mucho antes de Cristo, desde luego,
mucho después también, está a la vista.
el hedor de la sangre es más antiguo
que los dientes, la piedras y las uñas.
Mundo de sangre y nada más que sangre,
empezaste viviendo de la sangre,
y vas a terminar ahogada en ella.
II
Desde los tiempos de la Inquisición
las víctimas siempre han sabido
que el maldito pretexto de que ofendían a dios
no era motivo suficiente
para que los quemasen en la hoguera.
Yo no sé si la historia
le ha servido de algo a esta desdicha
que venimos llamando raza humana.
Ni el pretexto de un dios,
ni la defensa de una patria
(patria no puede ser un territorio cercado por la muerte),
mucho menos espurios intereses,
pueden justificar semejante matanza.
No hay forma de justificar la masacre,
ni en España ni en ningún sitio.
no hay terrorismo bueno,
los niños, las mujeres, los oficinistas,
los viejos, los enfermos,
los que «van de su corazón a sus asuntos»,
todos caen miserablemente ultrajados por la muerte.
No hay justificación para el espanto,
los muertos norteamericanos, los niños judíos,
las muchachas de Palestina, los pobres iraquíes,
nuestros muertos de Barcelona, Alicante, Sevilla y
los muertos de nuestro inolvidable once de marzo
igualados todos por la democracia forzosa de la muerte,
todos piden desesperadamente que no los olvidemos,
que luchemos contra esta epidemia
que nos deja sin porvenir, que nos asola.
Hay que decides a los enamorados de la muerte
que sus hijos no van a poder crecer en el desierto que ellos construyen:
nada crece regado por la sangre.
la sangre lo calcina todo: hasta el paraíso.