Pienso en los ojos.
Los ojos de quien entra en un vagón
y ve -no ve-
los ojos,
las presencias de los otros
la carne que ser carne en su hoguera.
Hecatombe a qué dios que no mira,
no ve,
como ven los ojos de aquel hombre
que sale de un vagón
y marca con apremio
las cifras de la muerte.
Y esa llamada,
que nunca nadie
oyó jamás,
nos ensordece.