Malditos seáis por masacrar la vida.
malditos los que escupen ácido y metralla contra la paz de un hombre,
los que apagan el vuelo, la mirada,
la frente más rotunda con hierro machacado,
con óxido de alma desalmada.
Malditos los que beben la sangre más inútil
y se arrastran despacio
Por la senda cobarde de la ortiga,
los que habitan la sombra, el vientre del insomnio,
el útero de piedra que asila a los chacales.
Malditos los que abrasan el párpado de un niño,
el labio despoblado de pólvora y de odio.
Malditos los que lucen su corazón de oruga
y destruyen camadas de rosas a su paso,
los que dejan vacías las cuencas del que sueña,
trituran su garganta y la digieren entre carne y acero.
Malditos los que venden terror por las esquinas,
en la casa callada, el laberinto, la calle o el umbral,
la estación poblada de viajeros insomnes.
Malditos los que muestran serpientes en su fauces
y lamen el secreto del proyectil amargo.
Malditos los que matan inyectados de lepra y de ceniza,
los cadáveres vivos que exigen su cadáver,
los muertos que disparan con el rostro cubierto
de sus vísceras frías, huyendo de sí mismos.
Malditos los que nunca sabrán lo que es ser libre.
Malditos los comandos, los tristes asesinos,
que un día heredarán las tierras calcinadas,
las cloacas sin aire y las escupideras,
el fondo de ese pozo donde la niebla exige
su porción de arsénico y de carne.
Malditos seáis por ignorar la espiga, el beso, la luz o la paloma.
nuestra es la vida al otro lado, la palabra y el sueño,
la canción sin ráfaga ni herrumbre.
Vuestra es la muerte para siempre,
la soledad del mundo sin muchedumbre amiga,
la venganza del ángel borrando vuestra sombra
de la faz de la tierra.