No tenían derecho,
querido Daniel,
no tenían ningún derecho
a ensombrecer tu mirada
cuando apenas había comenzado a deslumbrarse.
No tenían derecho
a apagar tu voz, a velar tu risa,
que yo debía haber escuchado,
que debíamos haber escuchado decenas, cientos más,
todos nosotros,
todas las vidas que colma una vida que germina y crece,
todas las vidas que vacía
una vida que se arrebata
de un zarpazo.

No tienen derecho, son unos canallas
y es una infamia
el silencio impuesto
a unos ojos que por tan breve tiempo habían llameado.
Es impúdico el silencio desasosegante del crimen,
el silencio estancado como una charca,
el silencio húmedo y repelente
de los cobardes.
No tienen derecho
no tienen ningún derecho, es verdad,
camarada Pilar, amiga mía.
Cuánta razón,
cuantos siglos de abrumadora razón
ruedan en tus lágrimas.

Y por eso, porque ellos,
los hediondos dueños de las guerras,
los mercaderes de la ira y de la pólvora,
porque los canallas
no tienen ningún derecho,
a nosotros nos apremia
el deber inapelable de la justicia.
Hemos de remover el cielo y la tierra,
hemos de sublevar el viento y los mares,
hemos de desenterrar y demoler
los cimientos de la iniquidad.

Hemos de sofocar
cada recodo de tu soledad
y de la soledad de los tuyos,
camarada Pilar,
con el amor inmenso, con el amor incontable, con el amor inabarcable
del mundo libre, justo y en paz
que nos debemos.
Hemos de llenar de corazón
la razón inextinguible de cada una de tus lágrimas.
Por tu hijo,
por ti, Daniel,
no tenemos derecho a olvidar.