Iban; venían. No volvieron.
De aspecto dormidor
ecibiendo apenas en sus ojos amaneceres y ocasos;
del barrio a la ciudad;
del trabajo a la casa
en rutina aceptada,
mansa y sufriente.
Y no volvieron.
Llevados al suburbio para carne de trabajo:
obreros, cazadora de plástico,
mujeres de rostro trabajado de faenas,
empleados que aspiran a un puesto más alto,
jóvenes despreocupados,
secretarias que se arreglan para huir de la grisura,
inmigrantes un punto más allá del recelo
porque ya conocen la ciudad enemiga
llenan los trenes, a veces se agolpan;
dormitan los sentados
y otros hojean leves diarios gratuitos.
Y doscientos no volvieron.

Cuando todo es mecánico,
cuando lo humano se esconde en riadas de autómatas,
cuando sólo les dejan la aspiración de comprar un coche,
hacer una boda para ser efímeros reyes con los suyos,
cuando el fin de la vida es lograr un empleo,
que nada íntimo justifica,
y someterse a reglas, a cambio de monedas,
estalla entonces la maldad absoluta,
el non serviam diabólico,
el asesino justiciero, de enormes injusticias,
intérprete de dioses imaginarios
recogidos en añejos papeles;
obediente a arcanos fines
que repugnan al hombre,
movido como títere por hilos ocultos en lo abstracto.
Esa bestia que viene de lo antiguo
acciona el rencor de la ciencia moderna
y con técnica destroza personas
en trozos de carne humana,
de vida estallada, de dolor,
que recogerán otras técnicas de medicina y funerales.
Y los muertos serán contados, inscritos,
analizados en sus vísceras y huesos;
pero el pálpito extinguido de la vida
golpea la emoción del que se salva,
del cuidador que se agacha para tender la mano
y con ella roza la ensangrentada mejilla
y 200 no volvieron

Sus asesinos serán execrados;
pero ellos no volvieron;
una máscara de piedad
se impondrá por publica conveniencia,
pero dentro, el corazón de tantos llorará en silencio,
pues no volvieron.
Se fueron los hermanos y una ola de amor viajará por las vías,
irá dando gritos callados por metros y calles,
mirará con ojos ausentes los ordenadores,
recordará que los trenes a veces llevan a la muerte.

Hermanos del Sur, del Este y del Oeste;
del Danubio y los Andes;
magrebíes, caribeños, y vosotros españoles, hermanos de siempre,
habláis más que nunca en vuestro silencio definitivo;
vuestra carne rota ha hecho recordarnos lo humano;
y odiar el odio, la sinrazón y la locura.

Pena inmensa, dolor permanente,
pero, ¡gracias!
porque vuestro sacrificioha obligado a sentirnos humanos,
aunque no volvieron.