Sólo el dolor de una madre
que un hijo suyo ha perdido
puede expresar un discurso
tan sublime, tan bendito.

¡Cuánta expresión de dolor!
¡Qué desgarro el de su verbo!

Meses antes aún vivía
quien de su entraña ha salido,
aquel hijo al que ahora llora
que no hace mucho ha perdido.

Pacífico, sin paz,
es tu semblante,
y tu decir sereno
es alarmante.

Revulsivo de conciencias
es tu discurso,
y portador de decencias
contra el abuso.

¡Qué estoicismo de mujer!
¡Y qué dulzura!

A pesar de su dolor
nunca ha llegado a perder
la compostura.

Dios la proteja, señora,
desde ahora en adelante,
pues no olvidará la hora
de un once de marzo sangrante.