Abandono versos en los andenes.
Deshojo flores manuscritas,
poemas como anónimos abrazos
por si a alguien le asalta el desaliento,
el frío repentino de una ausencia
que vuelve a nuestra piel con la memoria.
Deslavazo el rosario de palabras
que rasga el corazón como un alambre
oxidado de rabias,
y dejo la caricia del consuelo
como un paño de voz para el llanto del silencio,
en que empapen heridas invisibles.
El piso del andén es como un folio
al que vuelven los pasos de la vida,
en que callan el daño inconcebible,
al que vuelvo con letras de mil ojos.
Por eso voy soltando mis poemas
como tímidos pájaros ingenuos
que rompan la grisura del recuerdo
con un trino voraz de tierno vuelo.