Sin subir ningún peldaño,
ni una escala tan siquiera.
Solo la maldad de algunos
que no conoce fronteras,
que a la hora de pensar
son peores que las fieras.

¿Cómo se puede cambiar
un día tan soleado
por nubarrones tan negros
por muerte de tanto hermano?

No tuvieron compasión
ni de niños ni de mayores,
de estudiantes o emigrantes,
ni de razas ni colores.

De madres que no tuvieron
la oportunidad de serlo
porque separan sus vidas
llevando sus hijos dentro.

La Cibeles se pregunta
¿qué pasa hoy en Madrid?
Que han perdido la sonrisa,
que no me miran ni a mi.

Ya que siempre yo he sido
el centro de reuniones masivas,
que siempre he celebrado
tantas fiestas y movidas.

Algo muy grande ha pasado
en mi querido Madrid,
ambulancias y bomberos
en caravanas sin fin
corren todos para Atocha.
¿Qué es lo que ha pasado allí?

Imposible de contar,
tanto dolor y ruina,
culpa de unos miserables
que juegas con nuestras vidas.

Hasta el cielo de Madrid
de color siempre celeste,
se vuelve negro de espanto
y llora su mala suerte.

En esos días tan tristes,
se ha podido comprobar
que España estuvo muy unida
en horas de adversidad.

Que no sirven documentos,
que separen las naciones,
que no hay poder en el mundo
que calle los corazones.

Un pueblo tan solidario,
que se volcó con la gente,
que dieron su sangre a todos,
salvando a muchos de la muerte.

Sin mirar si eran hermanos,
tíos, primos o parientes,
se merecen el aplauso
de los cinco continentes.

Andalucía quedó rota
ante tanto sufrimiento.
No sonaron las campanas,
no hubo pájaros en los cielos.
Tantas gentes en las calles,
todo en un profundo silencio.

Las olas de la bahía,
quedaron todas en suspenso,
extrañas de que en Cádiz
no se oyera movimiento
y que las playas estuvieran
tan tristes como un desierto.

Y el cielo también lloró
de impotencia y sin consuelo,
como queriendo lavar
las consecuencias de estos memos
que hicieron que el mundo entero
llorara por tantos muertos.